Ella era noche y también era día.
Era viento de tormenta y era sol de mediodía.
Era tiempo y melodías, era todo cuanto él quería.
Pero él fue un ciego que nada veía, no la amaba
y ni cuenta se daría, que ella era todo...
la canción, la poesía.
Jugando a perder su diamante, a ella traicionaría,
ignorando que con mentiras y engaños
su corazón en sus manos ya no tendría.
Tanto jugó con su suerte que otro engaño bastaría,
para que saliera a la luz, tanta traición, y tanta porquería.
Tomó su vida, tomó sus sueños y lejos de él, se marcharía. Entendió que valía, que su propio amor se convertiría
en aguja y en el hilo, con el que su corazón cosería su herida.
Liliana Lizcano.
(Dedicado a todas las mujeres que han sufrido en sus corazones las heridas del adulterio)
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