jueves, 10 de enero de 2013

El rostro de Dios


"Yo no daría mucho por nuestra religión a menos que se pueda ver. Las lámparas no hablan, pero alumbran". Charles H. Spurgeon.

   Un pequeño quería conocer a Dios, sabía que el camino hasta donde vivía Dios debía ser muy largo, así que llenó una maleta de pastelitos y unas cuantas latas de refresco para emprender su viaje. Cuando acababa de caminar varias cuadras, vio a un anciano sentado solo en el parque mirando a las ardillas y palomas del lugar. El niño se sentó junto al hombre, abrió su maleta y cuando estaba a punto de probar sus bocadillos notó que el anciano lucía hambriento, y le ofreció un pastelito. El anciano agradeció el obsequio y le sonrió al muchacho, su sonrisa era tan agradable que el niño quería verla de nuevo y le ofreció un refresco, nuevamente el anciano sonrió y el niño estaba muy contento. Los dos comieron en la banca contemplando la tarde y sonriendo sin decir palabra alguna, pero ya se hacia tarde y el niño debía regresar a su casa, así que se levantó de la banca y abrazó al hombre, y el hombre lo despidió con una sonrisa.

   Al llegar a casa, la madre del niño notó que estaba muy feliz y le dijo:
-¿Por qué estás tan alegre?.
   A lo que él le respondió:
- Es que conocí a Dios, y ¿sabes qué mamá? tiene la sonrisa más bonita que haya visto.

   Por otra parte el anciano regresó a su casa y su hijo mayor lo vio tan alegre que le preguntó:
- ¿Qué hiciste hoy que te ha hecho tan feliz papá?.
   A lo que le respondió el viejo hombre:
- Comí pastelitos con Dios. 
   Y antes que su hijo le dijera algo, añadio:
- ¡Es mucho más joven de lo que me imaginaba!.

   Bueno les narro esto porque ciertamente debemos parecernos a Dios, Él nos invita cada día a ofrecer lo mejor de nosotros mismos a nuestros semejantes.  Es fácil condenar, odiar y demandar que nuestras necesidades sean provistas, pero esas son actitudes que nos alejan de tener relaciones sólidas y fructíferas con los demás. Debemos bajarnos del trono de nuestro propio corazón y poner allí al único que se merece ese lugar: Jesucristo, y cuando eso sucede podemos dar como Él da, desinteresadamente.  Recordemos que Él mismo nos dijo: "Dad, y se os dará, medida buena, apretada, remecida y rebosando darán en vuestro regazo; porque con la misma medida con que medís, os volverán a medir" (Lucas 6: 38).

   No subestimes el poder de un abrazo, una sonrisa, una palabra de aliento, y otras cosas con las que puedas bendecir a los demás, incluso si esto implica gastar dinero de tu bolsillo, hay pequeños gestos que hacen una gran diferencia y con los cuales podrás ayudar a mucha gente a tu alrededor, ¿serás el rostro de Dios para iluminar un poco la vida de otros?. Liliana Lizcano.


1 comentarios:

  1. Hola Amiga Liliana, por aquí estuve de visita, y haciendo pruebas de enlace entre mi web y la tuya, todo quedó perfecto. Esta historia me gustó, agradable y descriptiva.
    Seguimos en contacto y recibe bendiciones de mi parte. Tu amigo Laab Akaakad.

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